El viento azotaba con fuerza en el
acantilado. Marian observaba como las olas golpeaban con poca
intensidad sobre cabo Finisterre, sumergiéndose
bajo las aguas del “fin del mundo” un
sol, antes radiante. Sus
pensamientos estaban en aquel día donde su vida cambió. La
embarcación de Martín, su marido,
recibía un golpe de mar llevando su
barco al fondo en
minutos. Después
se diez días de búsqueda consiguieron
recuperar su cuerpo en las proximidades de Cee.
Estaban a punto de iniciar un nuevo
proyecto en tierra, una librería especializada en temas marineros y
con literatura de varios países debido
en parte, a la multitud de
visitantes de diversas culturas que tenía el pueblo. Se llamaría
“El viejo y el mar”, como la obra por la cual Ernest Hemingway
consiguió en 1952 el premio Pulitzer, y que tanto les
gustaba por su tesón, lucha y resistencia.
La vida marinera era muy cercana para los
dos. Ambos vivían en una pequeña villa donde el mar, junto
con el turismo, era una de las
fuentes principales. La Habana era para Santiago, apodado el viejo,
su lugar de residencia, y como ellos, vivía de la pesca. La
constancia y la esperanza siempre positiva en el marinero
experimentado le hace
salir después de 81días sin capturar nada; pero conoce las
corrientes y los bancos de peces y sabe que ese día, logrará pescar
algo. La captura de ese pez grande es un reto de supervivencia, su
mano izquierda sufre las consecuencias de la lucha, pero su mente,
está lúcida. Y aunque lo
consigue llevar lejos del golfo, tras
la muerte del pez, inicia un retorno hacia su pueblo. Cansado,
llega a tierra, no sin antes perder gran parte de la captura y
aparejos en la lucha contra dos tiburones. Por eso Marian y Martín,
admiran esta historia. Sus vidas estaban relegadas a un destino,
pero sus ganas y su fuerza de voluntad les
demostraría
que podían lograrlo. La vida del
viejo siempre le
pone obstáculos en el camino; su
edad, apariencia débil o
la poca fortuna, pero a pesar de
ello consigue demostrarles a todos
que es capaz de hacerlo; su mente está en su aprendiz continuamente.
Marian recordaba el esfuerzo de su marido
por aprender un oficio. No quería estudiar y con 16 años decidió
preguntarle a los marineros mas experimentados si podía ser su
aprendiz. Sus padres pensaban que esa idea se le quitaría de la
cabeza pronto, por lo que no se opusieron. Aquella mañana, decidido,
se acercó a Luis, el marinero mas tosco que existía en el puerto.
Sus miradas eran fulminantes cuando algo no era de su gusto y no
dudaba en contestar de malas maneras. Poco amigo de hipocresías,
destacaba por una sinceridad hiriente que pocos, sino nadie,
aceptaban en el lugar. Pero se aproximó,
igual que el aprendiz se arrimó
al viejo en la novela, y aún pasándolo mal en muchos momentos;
aprendió del mejor las artes de pesca y gracias a él había llegado
a ser el marinero que era. Se hicieron tan cómplices que lo invitó
a su casa a comer. Allí fue donde conoció a su hija menor, Marián,
y desde entonces sus vidas no volverían a separarse hasta la
fatídica fecha.
Alcanzar esa meta que ambos tenían era lo
mismo que deseaba
Santiago. Quería demostrar que podía hacerlo e igual que él
apareció con el esqueleto del tiburón y la cabeza en la orilla de
la playa habanera; ella lograría abrir esa librería cerca del
puerto y no solo conseguiría que funcionase, sino que sería un
éxito. Peregrinos
de múltiples nacionalidades se dirigían al pueblo para quemar sus
botas ―
las mismas que
utilizaron para realizar el Camino de Santiago―,
y allí,
a los pies del faro eran muchas las marcas de ceniza que quedaban
entre las rocas, testigos del esfuerzo realizado. Algunos se
quedaban, otros volvían a sus lugares de origen. En
la novela, Santiago volvía
agotado, pero feliz y con el objetivo cumplido. Lo
habría logrado, pero anhelaba
mostrar su captura.
La bocina de un barco a la altura del
“cementerio de los ingleses” difuminó sus pensamientos. Recordó
aquel día de hace ocho años, cuando, desde en
ese mismo lugar se despidía
de su compañero: Su mano izquierda sujetaba
una de las mitades del yin y con su mano derecha, tocaba sus labios
para mandar por el aire, uno de sus besos carnosos. Al otro lado, su
receptor, repetía la acción con
su colgante de yang, lego al desenlace.
La muerte del pez trajo el reconocimiento
como persona de Santiago, era una persona nueva capaz de, aun con la
mano izquierda herida por el constante roce con el sedal, aguantar
durante días la pelea con el adversario.
Marian llevaba peleando con este “tiburón” durante años. Lo
arrastró
hacia la ciudad, pero de ahí había huido poco tiempo después.
Estaba unida a ese pueblo, como el libro lo estaría a ella durante
el resto de su vida. “El viejo y el mar” abriría sus puertas al
día siguiente y Marian, después de un gran esfuerzo, por
fin estaba… satisfecha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario