domingo, 24 de abril de 2022

VIDAS PARALELAS / EL VIEJO Y EL MAR



El viento azotaba con fuerza en el acantilado. Marian observaba como las olas golpeaban con poca intensidad sobre cabo Finisterre, sumergiéndose bajo las aguas del “fin del mundo” un sol, antes radiante. Sus pensamientos estaban en aquel día donde su vida cambió. La embarcación de Martín, su marido, recibía un golpe de mar llevando su barco al fondo en minutos. Después se diez días de búsqueda consiguieron recuperar su cuerpo en las proximidades de Cee.
Estaban a punto de iniciar un nuevo proyecto en tierra, una librería especializada en temas marineros y con literatura de varios países debido en parte, a la multitud de visitantes de diversas culturas que tenía el pueblo. Se llamaría “El viejo y el mar”, como la obra por la cual Ernest Hemingway consiguió en 1952 el premio Pulitzer, y que tanto les gustaba por su tesón, lucha y resistencia.
La vida marinera era muy cercana para los dos. Ambos vivían en una pequeña villa donde el mar, junto con el turismo, era una de las fuentes principales. La Habana era para Santiago, apodado el viejo, su lugar de residencia, y como ellos, vivía de la pesca. La constancia y la esperanza siempre positiva en el marinero experimentado le hace salir después de 81días sin capturar nada; pero conoce las corrientes y los bancos de peces y sabe que ese día, logrará pescar algo. La captura de ese pez grande es un reto de supervivencia, su mano izquierda sufre las consecuencias de la lucha, pero su mente, está lúcida. Y aunque lo consigue llevar lejos del golfo, tras la muerte del pez, inicia un retorno hacia su pueblo. Cansado, llega a tierra, no sin antes perder gran parte de la captura y aparejos en la lucha contra dos tiburones. Por eso Marian y Martín, admiran esta historia. Sus vidas estaban relegadas a un destino, pero sus ganas y su fuerza de voluntad les demostraría que podían lograrlo. La vida del viejo siempre le pone obstáculos en el camino; su edad, apariencia débil o la poca fortuna, pero a pesar de ello consigue demostrarles a todos que es capaz de hacerlo; su mente está en su aprendiz continuamente.
Marian recordaba el esfuerzo de su marido por aprender un oficio. No quería estudiar y con 16 años decidió preguntarle a los marineros mas experimentados si podía ser su aprendiz. Sus padres pensaban que esa idea se le quitaría de la cabeza pronto, por lo que no se opusieron. Aquella mañana, decidido, se acercó a Luis, el marinero mas tosco que existía en el puerto. Sus miradas eran fulminantes cuando algo no era de su gusto y no dudaba en contestar de malas maneras. Poco amigo de hipocresías, destacaba por una sinceridad hiriente que pocos, sino nadie, aceptaban en el lugar. Pero se aproximó, igual que el aprendiz se arrimó al viejo en la novela, y aún pasándolo mal en muchos momentos; aprendió del mejor las artes de pesca y gracias a él había llegado a ser el marinero que era. Se hicieron tan cómplices que lo invitó a su casa a comer. Allí fue donde conoció a su hija menor, Marián, y desde entonces sus vidas no volverían a separarse hasta la fatídica fecha.
Alcanzar esa meta que ambos tenían era lo mismo que deseaba Santiago. Quería demostrar que podía hacerlo e igual que él apareció con el esqueleto del tiburón y la cabeza en la orilla de la playa habanera; ella lograría abrir esa librería cerca del puerto y no solo conseguiría que funcionase, sino que sería un éxito. Peregrinos de múltiples nacionalidades se dirigían al pueblo para quemar sus botas ― las mismas que utilizaron para realizar el Camino de Santiago―, y allí, a los pies del faro eran muchas las marcas de ceniza que quedaban entre las rocas, testigos del esfuerzo realizado. Algunos se quedaban, otros volvían a sus lugares de origen. En la novela, Santiago volvía agotado, pero feliz y con el objetivo cumplido. Lo habría logrado, pero anhelaba mostrar su captura.
La bocina de un barco a la altura del “cementerio de los ingleses” difuminó sus pensamientos. Recordó aquel día de hace ocho años, cuando, desde en ese mismo lugar se despidía de su compañero: Su mano izquierda sujetaba una de las mitades del yin y con su mano derecha, tocaba sus labios para mandar por el aire, uno de sus besos carnosos. Al otro lado, su receptor, repetía la acción con su colgante de yang, lego al desenlace.
La muerte del pez trajo el reconocimiento como persona de Santiago, era una persona nueva capaz de, aun con la mano izquierda herida por el constante roce con el sedal, aguantar durante días la pelea con el adversario. Marian llevaba peleando con este “tiburón” durante años. Lo arrastró hacia la ciudad, pero de ahí había huido poco tiempo después. Estaba unida a ese pueblo, como el libro lo estaría a ella durante el resto de su vida. “El viejo y el mar” abriría sus puertas al día siguiente y Marian, después de un gran esfuerzo, por fin estaba… satisfecha.

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