Todos
los años, los pequeños adornos de Navidad estaban ocultos en una caja en el
trastero de la casa de Juana. Para cogerlos debía atravesar un pequeño y empinado
pasillo, que le recordaba a una montaña, para subir al desván. Bajo el rincón
que dejaba la caída del tejado de dos aguas de su casa, tras un baúl de madera,
que su madre trajo de la casa de la aldea cuando, muerto el abuelo, decidieron
venderla y repartir todos los recuerdos de su infancia y juventud estaba la
caja.
María
estaba encargada. Era la única que no se hacía un chichón cuando se levantaba
para coger la caja. Allí, en un rincón sin apenas luz, localizó la caja de
color azul. Tenía una tapa blanca de cartón duro, al igual que la caja y en su
interior estaban los adornos que siempre colocaban los abuelos: Había figuras
de Belén, los Reyes magos, ovejas y pastores, el portal con María y José y
hasta un niño Jesús de cristal que su abuelo Julio protegía con bolsas de
prolipropileno; La pequeña figura, comprada en el mercado navideño de la ciudad
de Madrid cuando hicieron el viaje de novios.
Recordaba
como subían al monte a coger musgo para el Belén. Al principio, no le permitía
colocar a ella el verde pero con los años demostró habilidades y una gran
imaginación. Le gustaba como él la iba guiando. A pesar del movimiento de sus
manos, tembloroso a veces, le ayudaba a colocar la figura con bastante esfuerzo
para él. Con el tiempo, delegó más responsabilidades en ella y él, con la
batuta, dirigiendo. La contemplaba con ojos llorosos. La estrella la colocaban
entre los dos, pues tenía miedo que con un movimiento extraño pudiera caerse y
hacerse daño.
El
árbol era de plástico, los últimos 5 años había decidido cambiarlo por uno de
color verde con las puntas blancas imitando nieve. Qué curioso, cuando la
última nevada había sido de pocos centímetros y ya habían pasado 15 años.
Recordaba que ese día no había ido a la escuela y en casa tenían el jardín con
copos llenos de blanco. Hasta la playa se cubriera de blanco. Las fotos en los
periódicos los dos días siguientes y en las noticias fueron habituales.
Pero
desde la muerte del abuelo, hace dos años y de la abuela hace uno, las
navidades cambiaron por completo. La casa familiar ya no era la de las
reuniones y cada uno se repartía sin orden, intentando buscar un hueco o como
si del juego de la silla se tratase, deambulábamos de un lado a otro tratando
de encontrar el rincón parecido que nos aportase la familiaridad de años
pasados. No lo encontramos y en lugar de ello mis padres optaron por reducir
las reuniones.
Recogí
de la casa de la aldea esa caja de adornos por petición de mis tíos y lo traje
para la casa de mis padres. Dada la desilusión que siempre le produjo la
Navidad, cuando aparecí con la caja ni pudieron mirarla. Apenas asintieron. Mi
abuelo decía siempre que para trasplantar algo siempre debemos dejarla en un poco
de la tierra, para que no extrañe pues siempre tenemos morriña decía. La desplacé en la misma caja
evitando, tal vez la tristeza y el acomodo anterior. Procuré colocarla en un
lugar similar, ese rincón mágico y tranquilo; allí, supuse, no le afectarían
los cambios.
Estos
años y, aunque la tristeza se palpaba en el aire, decidí colocar el Belén como
el abuelo me enseñó. Dado que coger musgo estaba prohibido, me ayudé con una de
esas imitaciones de césped que encontré en una tienda de decoración. En la
mesa, aquella del rincón donde siempre leía de pequeña, coloqué mi obra. Añadí
algún puente y lavandera. En una zona alta y apartada, dispuse a la meiga del
pueblo. Aunque no cuajaba mucho con la política religiosa, las “menciñeiras” y
“curandeiras” siempre hicieron una labor social a las mujeres que no tenían
recursos. La noche del 24 de diciembre inauguramos y, como si de un centro
comercial se tratase, pues tenía luces. Mis padres y mis hermanos y hasta mi
sobrino Lois, que me ayudó con el montaje, sacaron una sonrisa y una pequeña
lagrimilla recordando a los abuelos, pues antes de llegar a la zona de
nacimiento, coloqué una casa de piedra, bueno, imitación de piedra, que hice con
trozos de cartón desiguales, donde puse en la entrada CASA DE LOS ABUELOS. Así,
aunque no estuvieran con nosotros formaban parte de algo que cada año crecía
pues cada uno pondría una pieza que formara parte de él, así en nacimiento
tendría algo especial de la familia Rodríguez.